lunes, 19 de enero de 2015

NO FUE ELLA, NI FUE ÉL.

Fue un día angustiante el de este 19 de enero. Terriblemente angustiante. Supimos que murió un Fiscal de la Nación que denunciaba a la presidenta. El día empezó a acogotarnos desde el instante en que se encendió la radio, la tele, o se abrió un diario o una red social. Las cosas que se decían eran todas de una gravedad insoportable, o tan ofensivas, que lastimaban fibras que ni sabíamos que teníamos. Yo creo que se suicidó. Me permito decirlo con total desparpajo porque sé, más allá de lo que resulte de la autopsia, o de lo que establezca la sentencia, que cada una creerá lo que quiera creer al respecto, desde ahora y para siempre. Este es uno de esos hechos tan políticamente controvertido, que no existe autoridad pública en la tierra que pueda dar una respuesta que nos convenza a todos. Pasa que es la misma autoridad pública la que está en tela de juicio. Hoy murió la “verdad” sobre el hecho de la muerte, junto con el fiscal. Sólo podemos salir de esta encerrona acepando que se trató de un suicidio inducido, y que tuvo el fin de silenciarlo o ajusticiarlo. Es decir, siendo razonable. Es tiempo de aceptar que no fue la presidenta o su entorno quien lo mató, y que es necesarios que todos, los K y anti K, se unan para encontrar culpables. Los pocos elementos incontrovertibles son que era un fiscal que hace unos días se metió en unos líos muy serios. Denunció penalmente a la Presidente de la Nación, y en esa denuncia involucraba a altos funcionarios del Estado Iraní, y a un ramillete de funcionarios públicos (de cuello blanco, y de gatillo blanco). Poco antes de suicidarse, denunciaba amenazas hacia él, y su familia. Un fiscal que habló de la posibilidad de que lo mataran por lo que estaba denunciando. Un fiscal que pidió que se levantara la feria judicial para adelantar su denuncia, y cuando eso no pasó, fue a los medios y se preparó para ir al Congreso convocado por el partido opositor al gobierno. En ese marco de hechos es inverosímil la tesis de que se mató por pánico escénico frente a la amenaza de las agudas preguntas de los legisladores oficialistas. Es ofensiva, la insinuación de que se mató por la angustia que le causó que la interpol negara públicamente que se hayan suspendido las notificaciones rojas. Pero también es cierto que las evidencias de las que hablaba no parecían cerrar un caso concluyente. El tipo tenía unas cartas (escuchas telefónicas), que depende de donde las miraras, parecían flojitas, o prometedoras, pero en ningún caso eran fulminantes, ni política, ni judicialmente. Hablaba de sus cartas, pero no llegó a mostrarlas. Es también absurdo pensar que la Presidenta lo mandó a matar por eso. Este gobierno, la Campora y secuaces, han recibido denuncias varias veces más serias que las de encubrimiento, y seguramente están preparados para recibir denuncias el doble de graves durante este año electoral, y con el devenir de los años. Son políticos, están entrenados para eso, ¿quién puede creer que la presidenta es capaz de semejante torpeza política como el asesinato en la antesala del Congreso? Ella es, sin dudas y previsiblemente, el actor político más dañado con esta muerte. Por tanto, es la última de quien sospechar en este escenario. Tanto como Cristina no es una asesina, porque es Cristina, alguien “incontrovertiblemente” astuta en la política; así, el fiscal no es un timorato angustiado o con pánico escénico, porque él era “alguien” incontrovertiblemente extrovertido, y promotor de su propia exposición al debate político. Sin embargo, dos argentinidades heridas hoy, desvariaron durante todo el día, sosteniendo esas dos tesis absurdas. Se entiende porqué pasó esto. Los K sufrieron el masivo escarnio de la inculpación de “asesina” hacia su máximo líder, y los anti K, la tremenda daga de lo irremediable de la muerte de un supuesto gladiador. Ambas argentinidades tienen buenas razones para sangrar y desvariar de la manera en que lo están haciendo. Pero en este estado, ninguna puede ponerse a pensar sobre el significado político de la muerte inducida de un Fiscal de la Nación. Lo peor que podría hacer el gobierno ahora es sentarse sobre alguna de las tesis del desvarío. También es lo peor que podría hacer la oposición. No fue Cristina, y no fue un suicidio pasional. Pero aunque no podamos pensar bien, ahora, sobre el “hecho” de la muerte del fiscal, no podemos ignorar que sólo saliendo del desvarío será posible alcanzar alguna evidencia sobre esta muerte. Una evidencia con la autoridad necesaria para convertirse en verdad.

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